30 de noviembre de 2010

Mes enllà de la foscor i de la pluja

Està fosc. Plou. El camí breu d’ahir es fa prolongat avui.
Condueixo per inèrcia. De memòria.
Voldria desviar-me de la trajectòria, durant unes hores
Però més impossible. No tic coratge o no soc irresponsable.
Voldria aturar-me en alguna vorera, i aprendre a mirar
Mes enllà de la foscor i de la pluja.

D’aquí unes setmanes, a principis d’any
Inicio un nou projecte, bolco anteriors fronteres
En tinc ganes. Ho necessito.

22 de noviembre de 2010

D'on surgeix la Literatura?

 
En cualquier rincón de cualquier lugar, puedes encontrar literatura. Solo es necesario creer en ella.
No es imprescindible simpatizar con lo escrito ni ahondar en demasía por su significado.
No es defendible no tener papel, ni una corrección gramatical admirable.
Ni es matemático acertar el lugar y el espacio oportuno en el preciso momento en que es necesario trasladar silencios interiores a silencios exteriores.

Tan solo la urgencia de quien tiene algo que decir.
La complicidad de quien tiene algo que acoger.

El velo, el Rolex y la Antropología

Me preocupa la futura formación de los antropólogos en este país, ahora que nos
encaminamos ya hacia la reforma de las enseñanzas universitarias a que obliga el
proceso Bolonia. Y tengo que confesar que me preocupaba ya antes por su
estrechez, por su brevedad. Me preocupa como animal académico y como
ciudadana en un país especialmente necesitado de reflexión antropológica y de
etnografía seria, sin malos hábitos ni malas copias, que permita un conocimiento
más profundo de la cultura de los otros y de la nuestra.

En su momento, seguí con estupor la polémica suscitada por el velo islámico, en
especial por lo que tuvo de aceptación, por parte de la parte civilizada de
Occidente, de lo que llegó a ser provocación por parte de la parte incivilizada árabe.
La cuestión no es si la escuela pública debe o no ser laica, que yo creo que sí. La
cuestión es el uso privado de marcadores culturales, religiosos en este caso. En
Francia el problema se suscitó por el enfrentamiento entre alumnos judíos y árabes,
pero el freno a esa violencia, declarando no sólo laica la escuela sino agnósticos a
sus alumnos, fue en realidad tanto una muestra de impotencia de los medios
educativos como la consecuencia de las políticas regionales y del orden político
mundial. Pero aquí, donde en general no existía ese problema y donde los que
había se han podido más o menos solventar por los educadores sin recurrir a la
represión, la polémica del velo islámico, precisamente por su inocuidad, puede
observarse en toda su crudeza: algunos cayeron en la cuenta de que los símbolos
religiosos de carácter personal atentaban contra la laicidad de la escuela o que eran
una imposición de unos sobre otros (no sólo creyentes de otras religiones sino no
creyentes) y otros más de que contituían un peligro para la religión hegemónica.
Cayeron en la cuenta justo cuando uno de esos símbolos, el velo islámico, estaba
provocando una inquietud fundamentalista bien repartida. Por lo demás, no parece
que en nuestro país pasara nada por el hecho de que durante décadas cada uno
portara los que quisiera. Pero éste, concretamente éste, hay quien pensó e incluso
piensa en suprimirlo, aun a costa de suprimir el resto.

Hay más que esto. Si nos detenemos un momento en esta absurda y peligrosa
carrera de aquél enfrentamiento y pensamos ahora ya con cierta distancia sobre el
velo, éste no pasa (pasaba) de ser un marcador religioso, inscrito en una tradición
mucho más antigua y extensa que lo reducía a un complemento de vestir femenino.
En muchos lugares de España todos los que, además de tener ya unos añitos,
esperábamos el tiempo libre con ansia para ir al campo, hemos visto a las mujeres
con la cabeza cubierta por un pañuelo. Los Escoltas y otros grupos de ocio infantiles
llevan un pañuelo al cuello con fines más corporativos: el indicar su adscripción a
uno de esos centros. Los señores de hace no tantos años, cuando vestían formal o
semiformalmente, llevaban con frecuencia un pañuelo en el bolsillo de la pechera
con el único propósito de que estuviera ahí, marcando su adscripción de clase. El
velo islámico es una adaptación concreta del extendidísimo pañuelo a la voluntadde indicar la adscripción religiosa. Y eso parece suscitar dos problemas: que es una
imposición masculina y que esa religión a cuya pertenencia se refiere es el Islam.

Efectivamente, es una imposición masculina si entendemos que cuando yo salía de
casa con veinte años no podía llevar pantalón ni mi novio falda. Lo es, porque el
peso de las decisiones ha recaído secularmente en los varones, que por alguna
razón (fácil de intuir, por otra parte) se veían en la necesidad de tener el poder. Y
las decisiones respecto al velo islámico las tomaron los varones islamistas, como las
tomaron nuestros hombres del clero cuando se trataba de que las mujeres no
pudieran ir sin el velo a misa hace treintaicinco o cuarenta años o como tomaron
las de discriminarlas en el trabajo. La inclinación masculina del poder ha sido un
hecho, lo sigue siendo en buena parte del mundo y lo es mucho más de lo que
debería serlo en el nuestro.

Que el velo islámico marque religiosamente a una mujer tiene innegables
consecuencias. Unas son comunes a las que pueda tener que uno de nuestros hijos
lleve una crucecita al cuello o que lleven pañuelo las propias monjas. Pero las que
se arrojan en su contra desde “nuestras” filas sobre el velo se refieren al carácter
de aviso público: esa mujer sólo podrá tener relaciones sentimentales y formar una
familia con un musulmán. Esa idea, en primer lugar, olvida que muchas mujeres
llevan el pañuelo siendo árabes y sin ser musulmanas y otras no siendo ninguna de
las dos cosas. Pero, sobre todo, implica una falta absoluta de autoconocimiento, no
digamos de autocrítica, por nuestra parte. Me refiero a que el llevar por Madrid una
pulsera con la senyera en esmalte, el llevar por Cataluña el toro ibérico en la puerta
del maletero del coche, el llevar un misal o una Biblia en la mano el domingo (aún
más el resto de los días) o, simplemente, el hablar correctamente (sea castellano o
català o euskera o galego), el adornar la muñeca izquierda con un Rolex y tantas
otras cosas de una lista interminable, todas esas cosas son marcadores étnicos o
religiosos o de clase que hacen pública una adscripción y una condición para la
relación. Las formas de disuadir a otros de que entren en nuestro coto privado de lo
que sea, a no ser que dejen de ser lo que son, invaden el mundo.

Hay problemas interculturales, no cabe duda, a los que deben enfrentarse los
educadores, pero sabiendo que aquéllos cuyas raíces más profundas están en este
mundo tan injusto no se gestan en el interior de la propia escuela. La prohibición
del velo islámico ha tenido una consecuencia inmediata: de ser una costumbre y un
marcador religioso ha pasado a ser un elemento emblemático de identidad de los
pueblos árabes, cosa que no era. Y el ataque al velo es ya un ataque no sólo al
Islam, que también, sino a cualquiera que tenga o comparta una identidad árabe,
sea o no musulmán.

Muchas de estas cuestiones son discutibles. Como casi todas. Y muchas son propias
de especialistas de la Antropología Sociocultural, como la evolución de los
marcadores en contextos de represión, el papel de las religiones minoritarias en el
imaginario mayoritario en momentos de tensión sociocultural o la relación entre
identidad personal, identidad étnica e identidad religiosa y sus desdoblamientos y
contracciones en función de ciertas condiciones y factores. Esperemos que las
nuevas titulaciones del espacio universitario europeo establecido en Bolonia den
paso en nuestro país (que en otros ya lo tienen) a unos estudios de Grado en
Antropología Social y Cultural menos raquíticos de lo que lo han sido hasta el
momento, de manera que contemos con científicos capaces de desentrañar los
problemas de la cultura, de su diversidad y sus similitudes, de las relaciones
interculturales a las que dan paso; de manera que puedan seguir nutriendo profusa
y efectivamente, como ha ocurrido hasta ahora, a otras disciplinas de las Ciencias
Sociales y a las Humanidades con esos saberes; de manera que éstos puedan ser
incorporados de forma más consistente y menos equívoca. Y esperemos que unos
Postgrados amplíen y profundicen este conocimiento y que otros sirvan a la
formación de especialistas que puedan intervenir en la dilucidación de problemas
sociales para los que estos conocimientos son tan necesarios en este mundo cada
vez más sectariamente globalizado, cada vez más inhumanamente fraccionado con
la excusa de culturas, símbolos y relaciones cerradas que impiden vislumbrar al
ciudadano en el ser humano.

Teresa San Román
Revista perifèria. Nº 4, 2006.