Todo el mundo quiere cambiar la humanidad, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo (Lev Tolstói)
28 de abril de 2011
26 de abril de 2011
25 de abril de 2011
Mousa Agassarid (Tuareg)
No  sé mi edad: nací en el desierto del Sahara, sin papeles. Nací en un  campamento nómada Tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido  pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre. Hoy  estudio Gestión en la Universidad Montpellier. Estoy soltero. Defiendo a  los pastores Tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo.
¡Qué turbante tan hermoso...!
-          Es  una fina tela de algodón: permite tapar la cara en el desierto cuando  se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través. 
Es de un azul bellísimo... 
-          A los Tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados... 
¿Cómo elaboran ese intenso azul añil? 
-          Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los Tuareg, es el color del mundo. 
¿Por qué? 
-          Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.
¿Quiénes son los Tuareg? 
-          Tuareg  significa "abandonados", porque somos un viejo pueblo nómada del  desierto, solitario, orgulloso: "Señores del Desierto", nos llaman.  Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.
¿Cuántos son? 
-          Unos  tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población  decrece... "¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que  existía!", denunciaba una vez un sabio: yo lucho por preservar este  pueblo.
¿A qué se dedican? 
-          Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio... 
¿De verdad es tan silencioso el desierto? 
-          Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo. 
¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez? 
-          Me  despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan  leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba... Así  hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre... Y yo. ¡No había otra cosa  en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él! 
¿Sí? No parece muy estimulante. .. 
-          Mucho.  A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te  enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la  vista, orientarte por el sol y las estrellas... Y a dejarte llevar por  el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.
Saber eso es valioso, sin duda... 
-          Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor! 
Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no? 
-          Allí,  cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso.  ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar  juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es! 
¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa? 
-          Vi correr a la gente por el aeropuerto... ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro... 
Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja... 
-          Sí,  era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de  respeto hacia la mujer?, me pregunté... Después, en el hotel Ibis, vi el  primer grifo de mi vida: vi correr el agua... y sentí ganas de llorar. 
Qué abundancia, qué derroche, ¿no? 
-          ¡Todos  los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las  fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan  inmenso...
¿Tanto como eso? 
-          Sí.  A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los animales,  caímos enfermos... Yo tendría unos doce años, y mi madre murió... ¡Ella  lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a contarlas bien.  Me enseñó a ser yo mismo. 
¿Qué pasó con su familia? 
-          Convencí  a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo caminaba  quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y  una señora me daba de comer al pasar ante su casa.... Entendí: mi madre  estaba ayudándome... 
¿De dónde salió esa pasión por la escuela? 
-          De  que un par de años antes había pasado por el campamento el rally  París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo  recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El  Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo... 
Y lo logró. 
-          Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.
¡Un Tuareg en la universidad...! 
-          Ah,  lo que más añoro aquí es la leche de camella... Y el fuego de leña. Y  caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las  miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es  distinta cada cabra... Aquí, por la noche, miráis la tele.
Sí... ¿Qué es lo que peor le parece de aquí? 
-          Tenéis  de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida  quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer,  frenesí, prisa... En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué?  ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!
Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto. 
-          Es  cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el  frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al  campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo,  amarillo, verde... 
Fascinante, desde luego... 
-          Es  un momento mágico... Entramos todos en la tienda y hervimos té.  Sentados, en silencio, escuchamos el hervor... La calma nos invade a  todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor...
Qué paz... 
-          Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.
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